Hoy he recibido un whatsapp de la Bego.
Me dice que está bien y que no me preocupe por ella, que ya volverá; y que no se ha perdido en la autopista, que a ver qué tontería es esa.
Le he respondido que si va a leerme el blog, que por lo menos me comente, que últimamente tener noticias de ella es casi imposible. Me ha respondido al instante, -qué raro en ella- para decirme que es que está dejando que patalee un ratito más mientras se toma un daiquiri de fresa.
También me ha preguntado que por qué cuento en el blog la primera tontería que se me pasa por la cabeza, que no es necesario que escriba tanto y que lo que tengo se pasa con una torta bien dada y un bote de pepinillos porque es algo que nos ocurre a todos en algún momento de nuestra vida.
Yo le he contestado que publicaré lo que quiera, que por qué no voy a hacerlo, que no estoy cayendo en una depresión ni nada por el estilo y que si precisamente alguien puede sentirse identificada con esto pues, oye, mato dos pájaros de un tiro. También le he sugerido que deje de ser tan seca, que ella se está tomando un daiquiri y yo estoy aquí pasando del frío de Sibera al calor del desierto en apenas unas horas.
La Bego cree que me tomo las cosas demasiado a pecho y tiene razón, aunque también le digo que viene bien desahogarse de vez en cuando. No le gusta que estemos expuestas, pero yo le digo que tampoco nos lee tanta gente y que dudo mucho de que aparte de mi madre, N. y tres más contados, alguien más se lea los parrafones enteros que escribo. También le digo que lo que publico solo son cachitos de mí, y que no tanto de ella, que lo verdaderamente importante está guardado en borradores y que ahora que lo pienso, voy a cambiar la contraseña del blog y a eliminar la mitad de los borradores, no vaya a ser que me hackeen la cuenta y ala, más tonterías volcadas en la red.
La Bego sigue refunfuñando pero le he dejado claro que es su problema, que si quiere que deje de escribir, que vuelva. Y que aún así no se lo garantizo. Es mi vía de escape, una pantalla que me abre a mi círculo y que a la vez me protege de él. Y que no se queje tanto, que ya hay varias personas que me han preguntado por ella, que a ver cuando piensa volver.
Con esto último, la Bego se ha venido arriba. Vaya ego que tiene. Ahora dice que bueno, que igual no hace falta que me guarde tanto las cosas y que me da permiso para seguir escribiendo. Como si lo necesitase.
«Vuelve a tu daiquiri, monina».
«Vuelve a tu Siberia a patalear y a comer pepinillos».
Ojos en blanco.
La Bego se me está subiendo al moño. Sabe que le queda poco para cumplir la mayoría de edad, realmente poco, y quiere dejarme claro que volará hasta el infinito y más allá, y que le va a dar igual lo que yo opine o deje de opinar. Le he pedido que cuando llegue ese momento que no se olvide de mí, que yo también soy libre, y que podemos volar juntas porque en el fondo, y lo sabe, hacemos un buen equipo de bordes.
Se ha ablandado un poquito con mi última moñería. Voy a aprovechar a invitarle a una cervecita sin alcohol.
Jaque Mate, Bego.