La Bego ha vuelto.
Por fin.
Aunque ha vuelto más oronda que nunca. Se lo he dicho con delicadeza. Ella me ha respondido que por lo menos no se está quedando tan chupada como yo.
A ver Bego, mírame bien, que me van a hacer socia del Club del Donut y de la Asociación del Pintxo de Tortilla.
Luego nos hemos reído porque en realidad echábamos de menos el cruce de cuchillos, pero nos hemos puesto un poquito serias: la media maratón está a la vuelta de la esquina y tenemos más amigos en el bar de abajo que en el gimnasio. Ja, ahí sí que nos ha dado la risa. Como si fuésemos a ponerle remedio, no nos lo creemos ni nosotras.
Qué bien que hayas vuelto, puta Bego.
La Bego me ha confesado que está tan hinchada por la sobrecarga de pensamientos, que lleva un par de semanas con pensamientos pesados, difíciles de digerir; y que por más que lo intenta, no consigue acabarse el plato. Le he preguntado que por qué no cambia de alimentación: una idea ligera, una aventura imprevista, un cambio de aires. Me dice que no es suficiente, que cuando termina de hacer la digestión, le entra un hambre atroz y zas, empachada de nuevo.
Yo me he acordado de algo que me dijo una amiga hace poquito sobre estos empachos. Me recomendó que no hiciera dieta, tan solo que cuando quisiese comerme el elefante, que intentara hacerlo poquito a poco, cachito a cachito. Así tardaría más en comerlo y me daría tiempo a digerir todo sin empacharme.
La Bego me dice que eso es fácil de decir pero que cuando tienes un hambre atroz pues eso, que no hay quien se controle. Yo le he dicho que ya, pero que no sea ‘cagaprisas’, que poco a poco, con algo de Mindfulness y un vasito de agua antes de los atracones, podremos controlarlo.
Al menos eso es lo que me está funcionando a mí. Ir poco a poco, ver los pensamientos pasar y solo dejar que se queden unos pocos, los que merecen la pena. A veces mi filtro de pensamientos deja pasar algunos que duelen, pero creo que es porque el antivirus lo tengo caducado. La Bego me ha dicho que eso no me pasa solo con los pensamientos, que a veces también desconecto la lengua del cerebro y que así me va, que debería trabajar en mis conexiones neuronales.
– Yo también te quiero, Bego.
Le he lanzado un pepinillo a la cabeza para que se calle pero he fallado por poquito. Se ha reído de mi mala puntería, pero luego se ha puesto seria y me ha dicho que a veces se siente un poco sola porque le tengo olvidada. Y me ha pedido que no deje pasar los pensamientos así, tan alegremente, porque ella, para poder deshincharse, necesita primero que yo termine de digerir lo mío.
He protestado porque estoy muy bien, a pesar de que a veces me falla el antivirus. Le he prometido que lo voy a actualizar cuanto antes para que solo se cuele en mi mente la lista de bares a los que le voy a llevar cuando cumpla su mayoría de edad.
Ay, es que no os lo he contado: en unos días celebramos su fiesta de cumpleaños. Estáis todos invitados. Traed comida ligera, del elefante nos encargamos nosotras.
Tranqui Bego, llevo manzanilla.