He descubierto que tengo un nuevo lugar-cargador. Un sitio en el que recupero las pocas energías que es capaz de acumular mi cuerpo después de haber pasado el covid. Vale, es verdad que siempre he sido bastante floja, que hago muy poco deporte y que la vida siempre ha sido más bonita en horizontal, pero lo de estas semanas se está pasando de castaño oscuro.
Ni siquiera las vacaciones han ayudado. Bueno, miento. Han ayudado a cargar de grasa mi cuerpo. No he descansado demasiado, pero al menos he descubierto que no soy un caso perdido en la cocina. He pasado de ser un caso perdido que solo hace tortillas, a ser un desastre que sabe sobrevivir. Step by step.
También he dejado de ser una autonomía cuya alimentación dependía del Estado (véase, mi madre) a ser una república bananera que pivota alrededor del sofá gris y de cantidades industriales de infusiones.
Cuando me da por decir tonterías desde el lado izquierdo del sofá gris, Jota no me dice que estoy como una cabra, pero no hace falta. Lo veo en sus ojos. Por lo menos nos reímos y me deja que me tome mis pozales de manzanilla o de poleo-menta con tila sentada en el sofá. Y eso que todavía no he aprendido que si los lleno mucho, se acaba derramando el líquido. Yo creo que hay veces que Jota mira hacia otro lado para no verlo.
Ah, eso. El lugar-cargador. Sí, el sofá gris. Como últimamente llego de trabajar sin energía suficiente como para ponerle un whatsapp a la Bego, me tumbo en el sofá gris y desconecto. A veces me sorprendo a mí misma planeando proyectos imposibles que solo de imaginarlos me cansan. Pero al día siguiente, cuando me da un bajoncillo físico, me acuerdo del sofá gris y de esos proyectos imposibles y recargo la dinamo lo suficiente como para llegar a casa y volver a conectarme con la corriente positiva de esas cuatro paredes.
Aquí me siento segura, feliz. Y eso me ha hecho darme cuenta de que, poco a poco, voy acumulando lugares-cargador. Uno de ellos siempre ha sido mi cuarto. Ahora, también, el sofá gris. Y sigue una pequeña lista que solo conoce la Bego. Me acuerdo de ella a menudo, me encantaría decirle que todo va bien, que todo fluye, aunque no me crea porque siempre tengo cara de cansada.
Qué bueno tener un lugar así donde volver cada día, ¿verdad?
Aquí me quedo, con mi pijama de invierno, mi taza de Harry Potter rebosante de manzanilla, una manta que hace honor al sofá, y ninguna buena idea que contar.
Por el momento.