Echo de menos a la Bego.
Dijo que iba a volver pronto y aún no ha vuelto. A veces creo que soy yo misma la que le impide volver.
No es que no quiera hablar con ella, es que hay veces que salgo dolida -y dolorida- de nuestras conversaciones. Aunque le quiero mucho, procuro evitarle cuando voy a Pamplona porque los fines de semana son ya bastante intensos de por sí. En ocasiones, incluso, vuelvo a Vitoria más cansada de lo que me marcho.
El cuerpo me pide perderme por ahí, sola o con la Bego; pero mi cabeza me insiste en que haga planes que me impidan darle más vueltas al circuito mental que me he montado en la chaveta.
La verdad es que siempre tengo ganas de que sea lunes porque significa un nuevo comienzo, cosas que hacer, más trabajo, felicidad. Ir a trabajar me pone contenta, y eso es un auténtico lujo. Pero a veces se me hace difícil empezar la semana. Llegar cansada a la línea de salida es peligroso, a pesar de que mi cuerpo es como una linterna dinamo: solo se recarga en movimiento, y cuando paro, al poco, se apaga. ¿La dinamo Otazu? Lo que me faltaba por inventarme.
Clemente también cree que soy un culo inquieto. Cuando en las sesiones de mindfulness hacemos meditación sentadas, nota que me quedo dormida, mientras que cuando meditamos en movimiento, percibe que me libero. Clemente dice que mi problema es que no cierro la puerta de mi día cuando llego a casa por la noche, que debería cerrarla con llave y relajarme un poco porque al final del día llego a los 240 km/h. No es mi culpa, joe -intento explicarme- es que me recargo en movimiento.
La verdad es que después de estar con él llego a casa muy relajada: me transmite paz y consigue que baje las marchas. Creo que debería hacerle caso y meditar más tiempo al día, pero la verdad es que soy incapaz.
Tengo un problema de autopistas en la cabeza: demasiadas ideas corriendo a demasiada velocidad por la red de autopistas Otazu. Tienen telepeaje y por eso no me cuesta trabajo dejar que pasen las barreras. El problema es cuando me pasan el recargo y me llegan las multas por exceso de velocidad. Ahí es cuando me da por pensar un plan para pincharles las ruedas, a ver si así frenan y se quedan un ratito quietitas en alguna estación de servicio.
Igual ese es el motivo de que la Bego no haya vuelto aún. Seguro que se ha perdido y se ha saltado la salida.
Jo, Bego, vuelve. Prometo que no te cobraré peaje, y, por favor, prométeme tú que respetarás la velocidad. Ahora lo que necesitamos es un paseo agradable, no tenemos prisa.
Recuérdalo y recuérdamelo todas las veces que se me olvide: «No tenemos prisa». Nos tenemos la una a la otra y eso es suficiente, aunque a veces nos enfademos, aunque a veces nos hagamos daño.
Recógeme en la puerta de casa, ¿vale? Procuraré cerrarla con llave por las noches hasta que vuelvas.
Esta vez llevo yo los pepinillos.