A nuestro alrededor

Madrid no deja de sorprenderme. Bueno, en sí es la gente de esta ciudad la que no deja de alegrarme los días.

Volvía de trabajar. Muerta de calor, a eso de las cuatro de la tarde. Escuchando a Andrés Suárez en un intento de relajarme para dormir una siesta de estas que se confunden con la hibernación del oso.

[[ Efectivamente, volví a hibernar toda la tarde. Es este calor mamá, yo te prometo que quería ir al gimnasio y comprar lotería a Doña Manolita pa’ ver si me llevo algo pa’l bote, pero no me dejó el hada de los sueños, que me ató a la cama. No sabes qué mal, mamá. Cuanto más quiere una aprovechar la tarde, más sueño le da el hada. Qué cojonera.]]

Bueno que eso, que iba yo rollo videoclip dramático. Agarrando la carpeta y durmiéndome por las esquinas mientras tarareaba cualquier cosa menos la letra de la canción. Y para variar, me tocó el semáforo en rojo. SIEMPRE ME PILLA EL MALDITO PASO DE CEBRA EN ROJO. Con el calor que hace.

Estaba tranquilamente contando los pasos que me quedaban hasta mi amada cama cuando un señor barrendero pasó por delante de mí. Y me empezó a hablar.

– ¡Ya te queda poco para llegar, muchacha!, ¡qué calor!

– Sí, sí, qué ganas -sonreí. En realidad me daba miedito. ¿Quién era ese señor y por qué me saludaba?

– Eres estudiante, ¿verdad?

– Bueno, no exactamente. Ya no.

– ¡Ah! Entonces trabajas por aquí cerca.

– No, no, trabajo en otro lado, pero vivo por aquí. [[Mamá, sálvame. WHO ARE YOU, MR X?]]

– Ya decía yo. Te veo todos los días.

[[¿¿¿¿CÓOOOOMO????]]

– Ay, pues perdona que yo no me había fijado.

– Suele pasar. ¡Pasa muy buena tarde señorita!

Me regaló una sonrisa, un gesto despreocupado de adiós con la mano y se fue con todos sus bártulos. Al girarme para despedirme vi cómo un señor mayor con bastón le saludaba: ¿Otra vez por aquí? ¡Hasta mañana!.

Al darme la vuelta, el semáforo ya estaba en verde y varios empezamos a cruzar. De diez personas que echamos a andar, solo el señor con bastón y yo íbamos mirando al frente sin el móvil en la mano. Tengo que reconocer que si no lo llevaba era porque acababa de guardarlo para hablar con el señor.

En ese momento pensé en la cantidad de gente maravillosa que existe a nuestro alrededor y a la que dejamos de ver cada día por ir mirando un cacharro infernal que nos conecta a kilómetros de distancia pero que no nos deja disfrutar de nuestra propia gente. De esa de a pie, con la que nos juntamos todos los días, y a la que ni nos molestamos en mirar.

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