«Me lo habéis preguntado».
Suena a frase de influencer. Sí, esas personas a las que parece que todo el mundo les pregunta cosas que no le interesan a nadie. «Me lo habéis preguntado». Já. Suena a frase de influencer, pero es verdad, me han vuelto a preguntar que dónde está la Bego. Y yo solo respondo que ya hablaré con ella mañana.
A veces me autoconvezco de que no tengo tiempo para andar escribiendo en el blog. Es mentira. Una mentira soberana, como son la mayoría de mentiras. Llevamos once días confinados por COVID-19 y solo he hecho el amago de escribir un día. Ay, ¿y escribir sobre la Bego? Me cuesta horrores. Quién sabe por qué.
Otras veces intuyo que lo que más me cuesta de escribir en el blog es que, sin querer, releo la carta de despedida a mi yaya y vuelvo a darme cuenta de que la echo de menos. Tres días antes de verla por última vez, recuerdo que pensaba que no podía ser más feliz y que no había nada que fallara en mi vida. Se fue, como se van todas las personas, y sigo pensando que la felicidad tiene un bonito nombre.
Quizá, no me sale escribir porque siento que se ha agotado la fuente de ideas. No es que Filomena haya congelado las tuberías de mis neuronas -que también-, sino que hace ya meses que no me sale un solo texto con sentido.
Por otra parte, hablar con la Bego me recuerda que fracasé en el intento de saber quien soy y que nunca había sido tan feliz por ello. Sé que me lo perdona porque seguimos durmiendo juntas cada pocos días, abrazada la una a la otra, y hablando sobre los miedos y las alegrías que tenemos. Me habla cada vez más de una pequeña amiga que ha conocido. Todavía no me ha dicho quién es ni cómo se llama ni qué tipo de problema mental padece para hacernos caso a dos mujeres como nosotras, pero intuyo que conocerla nos abrirá muchas puertas.
Vuelve Bego, querida, que no tenemos toda la vida. Y bienvenida a ti también, pequeña amiga.
20 de enero de 2021. Reanudemos la partida.