17 son los borradores que tenía guardados en el blog y que sobrevivieron a la purga del año pasado, cuando creía que la Bego y yo habíamos alcanzado ya un cierto equilibrio mental. Algunos se remontan a la época en la que la Bego tenía que venir a salvarme en barca o a traerme botes de pepinillos a altas horas de la madrugada.
No he querido ni leerlos.
Por un momento he pensado en que esos borradores son la muestra de una (r)evolución y que, por tanto, tienen algo de histórico para mí. Casi flaqueo y me hago un repaso de mi amistad con la Bego.
Me he contenido a tiempo.
Reconozco que algunas veces lo he hecho. Buceo hasta el día en que me encontré a la Bego sentada en un banco y recupero todo lo que sentí en esos momentos. Me acuerdo de N. diciéndome que la explosión llegaría. Recuerdo a Clemente mirándome al terminar las sesiones. No me olvido de las palabras de ella diciéndome que yo me había convertido casi en mi peor enemiga.
Desde entonces he recibido millones de palabras y he pronunciado millones de más. Sigo cometiendo el error de castigarme por fallos que no merecen la pena, pero eso va en mi ADN.
Ay.
Hacía mucho que no sentía entrar a la Bego de esa forma en mi habitación. Se ha sentado encima de mis apuntes de Tratamiento Jurídico del Terrorismo y me está mirando por encima de sus gafapastas. No parece muy contenta esta semana, y creo que es porque está fraguando otra nueva (r)evolución, aunque esta vez a otro nivel. Eso… o que me ha pillado.
Esta semana he estado a punto de aparcar en la cuneta para meter cuatro gritos. Me he contenido a base de audios de 2 minutos a las sabias y de chapas kilométricas en el sofá gris. Ella lo sabe. Lo sabe y ha vuelto para recordarme que la primera vez fue aprendizaje, la segunda será abandono, y eso no va a permitirlo.
Ahora nos hemos sentado las dos encima de los libros y vemos el monte de fondo. No nos engañemos, me ha dicho, creías que estabas cerca de la cima y te has dado cuenta de que el camino recorrido hasta ahora solo era una pequeña colina.
Vuelvo a odiarte un poco, Bego.
Pero gracias por volver.