Qué bonita eres.
Hoy creo que he terminado de volver a casa. Por fin. Ha sido en el café de la mañana. Perdón, en uno de los cafés de la mañana. Sentada en la mini terraza del Basoko he mirado San Nicolás y me he dado cuenta de lo mucho que te echaba de menos. Echaba de menos tus calles, tu aroma a garroticos, a pintxo de tortilla recién hecho. Tu aroma a prisa, a apretarse en el ascensor del centro para que entre una persona más. Tu aroma a botellín de cerveza fría, a plato de papel, a decenas de personas sentadas en tus adoquines.
Volver a casa ha sido un proceso largo, duro, con subidas y bajadas, avances y retrocesos. Son horas de espera, de miedos, de tristezas, de alegrías, de paseos, de cervezas, de más cervezas y de resacas cada semana un poquito más largas.
He vuelto a sentirme yo. No el yo ante de la Bego porque esa ya no existe, sino el yo antes de la rabia.
He vuelto a saborear lo imprevisible. El no saber hasta dónde me llevará el día de hoy. He vuelto a degustar las prisas, los nervios. He vuelto a disfrutar con las crisis de un minuto, de un «nopuedo» seguido de un «calmayhazloquepuedesconloquetienes», seguido a su vez por un «puesyaestáhecho».
Una vez una amiga me dijo que algún día me sentiría más fuerte de lo que me he sentido nunca y que esa sensación sería indescriptible.
Lo es.