La Bego se cree un globo aerostático. Se ha hinchado sin parar y he tenido que ir a recogerla a lo alto del Perdón.
Se me ha ocurrido contarle que esta semana me he enterado de que hay personas que -sigo alucinando- me leen y la conocen. E incluso, hay un par de ellas que han buceado en el blog hasta el principio de todo, cuando la conocí en aquel banco de Vitoria.
Y claro, la petarda se ha hinchado cual globo. Dice la Bego que tendría que darle las gracias porque me da las mejores ideas para escribir. Yo le digo que no se equivoque, que lo que me da son dolores de cabeza y temas para dramatizar porque, otra cosa no, pero dramática, soy un rato largo.
Hoy no ha sido un buen día. Tampoco ha sido malo. Ha sido uno más, un día del montón. Del montón para abajo. Creo. Esta semana está siendo dura, pero la culpa es mía, por pegarme leyendo hasta las tantas. La Bego intenta obligarme a dormir, pero estos días es imposible y me dedico a leer hasta que me entra el sueño. Tengo tal centrifugado de ideas en la cabeza que me salen las malas ideas como churros: secas y arrugadas.
Por lo menos me estoy dedicando tiempo a pensar en mí misma. Poquito, pero algo es algo. Apenas escucho a Clemente, aunque estoy haciendo un esfuerzo por escuchar a la Bego. Y es duro, ¿eh?
Entre que se cree un globo aerostático y que yo me dejo llevar a todas partes, llevamos toda la semana volando un poco más al sur de los cerros de Úbeda. Kilómetro arriba, kilómetro abajo.
La Bego sigue dándome el coñazo para que me siente a escribir y para que deje de darle vueltas a las cosas. En especial a aquellas que no dependen de mí. Intento interrumpirle para decirle que intento no pensar más allá, pero que hay algo dentro de mí que me hace sentirme inquieta. Y en el fondo sé lo que es. Es -entre otras cosas- esa pregunta que no quiero hacerme. Esa decisión que no soy capaz de adoptar.
Ni siquiera me ha dejado terminar. Ha decidido que esta noche necesito escuchar a su versión ‘Mr. Wonderful’.
Os juro que la quiero mucho, pero a veces le apagaría sin dudar el gas del globo. Sobre todo cuando se pone a darme discursos filosóficos. Tengo que encontrar la manera de explicarle que yo no soy capaz de escuchar más de tres minutos seguidos a nadie. Como mucho cinco, y si me han traído un bote de pepinillos para pasar el rato.
Vaya, la Bego acaba de leer esto y me ha fulminado con la mirada. Jolín, Bego, que yo te escucho, de verdad, pero tengo las neuronas tan fritas que lo justo establecen conexión para pedirme otra infusión.
Sí, esa infusión que huele horrible para todo el mundo menos para mí. Esa infusión que me deja tan dormida que hasta la Bego se calla para no molestarme.
Buenas noches, Bego. Te espero mañana en el descanso con un café.