Es un no parar de correr. Levantarse, desayunar, vestirse (con chándal el 99% de días), peinarse (el 1% de los días) y salir de casa. De media, la Bego y yo tomamos unos cuatro cafés al día. Es lo que tiene trabajar en una tienda de cafés, que te vicias.
Nuestros ratitos de tranquilidad llegan cuando vamos corriendo a hacer la siguiente tarea. Del euskaltegi a la radio, de la radio a la tienda, y vuelta a empezar. Vamos andando siempre que podemos, con la música a tope, para no pensar. Ay, llegamos como nuevas. El problema llega cuando nos paramos a pensar.
Eso ocurre poco.
Y menos mal.
A la Bego le enfada que corra tanto porque dice que termino excesivamente cansada los días. Ya no veo Netflix ni leo libros, tampoco quedo para tomar una caña. Me da el sueño para las nueve y media de la noche y me duelen los pies. Yo le digo que son solo unos meses y que, de momento, nos merece la pena. Hubiésemos firmado por tener esto hace tan solo un par de meses.
La verdad es que, diga lo que diga la Bego, nunca me había sentido tan tranquila yendo tan rápido.