Esta noche la Bego se ha venido a trabajar conmigo. «A trabajar». He durado menos de lo que canta un gallo: cuatro apuntes, muchos colores en el cuaderno y pocas ideas válidas.
Tengo a la Bego apoyada en mi hombro. No ha parado de bostezar desde hace un par de horas. Está agotada. Yo también.
No terminamos de asimilar lo que ocurre a nuestro alrededor. Todo está pasando muy deprisa. No nos está dando tiempo a asumirlo y el ‘porrazo’ que se nos viene encima parece de los grandes.
Nunca me han gustado los cambios, y ahora menos todavía. Me dejo llevar pero no termino de ver hacia dónde me lleva la corriente. La Bego intenta hacer pie por las dos pero termina rindiéndose a lo evidente: el caudal es demasiado grande para nosotras. Acabamos flotando la una junta a la otra, agarradas de la mano para no perdernos, como las nutrias.
No me quejo, al menos nos va bien. Esta última ola nos ha dejado en una orilla muy cómoda, pero llevamos tanto tiempo en el agua que nos cuesta sentir los dedos.
Ay, de verdad, somos las reinas del drama.
Dramáticas o no, lo cierto es que andamos un poco desorientadas. No terminamos de encontrarnos. No nos convence ningún camino porque no terminamos de estar cómodas en nuestros zapatos. Los pensamientos ya no fluyen. Creo que vuelvo a estancarme.
He intentado perderme en los audios de Clemente para volver a encontrar esa tranquilidad. Ha sido imposible. Lo que sí he encontrado es un pequeño post-it que escribí hace unos años. Lo tuve durante un tiempo en mi mesa para recordarme que no debo tener prisa, que al final todo llega.
Vuelve entonces a mi cabeza ese verso de Miles Davis: «Man, sometimes it takes you a long time to sound like yourself».
Todo llega. Todo llega.
La Bego ha levantado la cabeza de mi hombro para pedirme que lo deje por hoy, que tiene sueño. Me susurra que no sea tan pesada, que no sea tan dramática, que me deje de ‘pamplinas’.
Joder, Bego, menos mal que has vuelto.