No fluye.
Y cuando digo que no fluye, es que no fluye.
Me es imposible escribir más de diez líneas seguidas. He acumulado doce borradores que tienen aún menos interés que el resto de publicaciones que sí han visto la luz. No sé si son los nervios de la vuelta al hogar, la ansiedad de terminar una de las mejores experiencias de mi vida o alejarme de algunas personas a las que he conocido este año (que se ha pasado volando) y que ya se han convertido en parte de mi familia.
No tengo muy claro qué se me pasa por la cabeza. Ni siquiera la Bego habla. Está callada, ausente. Echo de menos sus tamborradas en mi cabeza. Le echo de menos. Necesito que me diga que no he desperdiciado este año, que lo he exprimido a tope y que, aunque ahora me tome un (breve, espero) parón, enseguida volveré al ruedo.
Bueno, quizá la falta de inspiración sea solo por culpa de esa nueva infusión que he encontrado en una pequeña tienda de mi calle y que me relaja tanto que me duermo por las esquinas. Me embota el cerebro, pero al menos duermo, que ya es un avance.
Huele fatal, o eso dicen mis compañeras de piso. La verdad es que yo he perdido mi capacidad olfativa. Mi falta de inspiración es directamente proporcional al catarrazo que me acompaña desde hace dos semanas.
Necesito… Ay, qué sé yo qué necesito. Bego, jodida, vuelve.