La Bego dice que me puedo ir por donde he venido. Que lleva esperando a que me digne a hablar con ella muchos días. Me ha parecido un poco dramática porque en realidad sí que he hablado con ella, pero no me apetecía escribirlo. Y bueno, tiene razón en que no le he escuchado lo suficiente. O al menos, no le he hecho ni caso a lo que me aconsejaba. No es que me pareciesen malos consejos, es que estoy tan cansada que mi único objetivo en la vida es dormir. Incluso comer ha pasado a ser el segundo objetivo de mi vida. Inaudito.
Le he pedido perdón como treinta mil veces. Pero la Bego ha crecido y se cree que sabe más de mí que yo misma. A ver, siendo sincera, sabe más de mí que yo misma. Pero no me apetece seguir hablando del tema. Le he invitado a un mosto para que me perdone y ya vamos por el segundo.
Sé que solo le quedan unos pocos días para cumplir la mayoría de edad. Veo que cada vez está más segura de sí misma aunque hay momentos en los que se empequeñece muchísimo. De repente está feliz, luego triste, luego enfadada, luego me chilla y luego me da chocolate. Y yo con ella igual. Como yo tampoco me aguanto a mí misma, pues nos soportamos mutuamente. Pero nos queremos.
Hemos decidido saltarnos la ley un poco y comprar cervezas. Su cerveza es con limón, por si aparece su madre, para que no le riña, porque todo el mundo sabe que la cerveza con limón ni es cerveza ni es nada.
Y que conste que solo la hemos comprado para suavizar la garganta y permitir que salgan las lágrimas. No sé por qué quiere que lloremos pero si es por la Bego, yo hago lo que haga falta. La Bego me dice que nota como si tuviese un nudo en el pecho que no le deja llorar. Yo le digo que yo nudo no tengo, pero que estoy más seca que el Sáhara, que creo que mi fábrica de lágrimas está en huelga y que la única que funciona es la del hambre, que por qué no vamos a por patatas.
Patatas, chocolate y cerveza. Ah, y pepinillos. He vuelto al supermercado a por pepinillos. A la Bego no le gustan pero mejor, más para mí. Yo creo que ese es mi problema, que como tantos pepinillos que la sal ha obstruido las máquinas de la fábrica de lágrimas. Mejor que mejor, que mi rímel no es waterproof y luego armo un cristo de espanto intentando no parecer un oso panda.
Nos hemos sentado en la terraza de mi piso. Hace un frío del carajo y hemos durado cosa de diez minutos. Luego ya nos hemos tirado en el sofá y ahí hemos estado mucho rato. La Bego ha conseguido llorar un poco y hasta me ha dado envidia. Dice que cree que soy de piedra pero yo le digo que de piedra no, que yo soy una llorica, pero que últimamente tengo serrín dentro y que claro, eso no fluye.
Me ha puesto a dieta. A dieta de serrín porque de comida no me he dejado. La Bego dice que yo debería llorar más a menudo. Yo le digo que a veces lloro para dentro un ratito, pero que luego se me pasa. La Bego no entiende que no me quede llorando en la cama al menos un ratito largo, para depurar los males. Yo le digo que no tengo tiempo para eso, que quiero vivir tantas cosas que lo que necesito son más horas al día, no menos.
La Bego me dice que me prepare, que el día que haga un parón en mi vida me va a venir todo de golpe y me daré un tortazo digno de Récord Guinness. Y yo le digo que vale, que cuando llegue ese día me tomaré una, dos o tres Guinness de verdad y que iré llorando a darle la razón. Pero que por el momento, mi mal de razones es mal de serrines y que yo no tengo la culpa de que eso no fluya, que yo lo intento pero que no hay forma.
Y por cambiar de tema le he preguntado que cómo ve el futuro. Que yo lo veo duro y arriesgado, pero también emocionante y divertido. Y que tengo muchas ganas de salir corriendo para vivir nuevas aventuras y estrellarme una y otra vez hasta encontrar mi lugar, si es que existe, pero que no lo hago porque tengo agujetas de zumba. La Bego me dice que cree que estoy chalada, rematadamente loca de la sesera.
En eso, Bego, en eso te tengo que dar toda la razón.