Una frase en mi pared

Hoy he vuelto al banco a ver si le veía, pero no estaba. Y me he enfadado. Bueno, en realidad me he frustrado. Ayer me vino muy bien hablar con ella. Aunque no le lleguen los pies al suelo.

Me he ido a correr. Poco. Luego me he sentado otra vez en el banco a esperarle y ha llegado. Hoy me ha dicho que se llama Bego, de Begoña. He fingido creerle, aunque la verdad es que en su mochila del instituto tiene su nombre real escrito. Yo para seguirle el juego, le he dicho que me llamo Nieves. Es justicia poética. Mi padre de pequeña me llamaba «Amaia Begoña de las nieves». Me hacía rabiar y al final siempre conseguía que le hiciese caso.

Hoy he empezado hablando yo. Le he dicho que yo también tengo mal de razones pero que algo menos que ella, que apenas sigo mis propias ideas porque muchas no tienen sentido y que últimamente estoy un poco perdida. Bego se ha reído y me ha dicho que ella también, que hay días que no sabe ni por dónde empezar y que somos un poco dramáticas. Pero al menos no se echa a llorar. Pero al menos nos hemos echado a reír.

Ella me ha confesado que tiene una tirita invisible que le cura los días que está mal. Y yo le he contado que estos días para mí también han sido para olvidar, pero que estoy mejor y que mañana estaré aún mejor. Le he contado que pasado mañana es mi cumpleaños y que aunque no tenía muchas ganas de celebrarlo, ahora tengo unas poquitas más. También le he dicho que hoy vienen mis amigas a verme por la tarde, y que les llevaré a comer pintxos para ver si crecemos a lo ancho, porque a lo alto ya es imposible. Y que eso me ha animado, aunque no haya limpiado la casa.

Bego no cree que existan males del corazón porque querer no es malo. Yo le digo que es bueno, pero a veces es doloroso. Y que sí, que siempre merece la pena. Y me dice que merece la pena sobre todo cuando te quieres a ti misma. Al fin y al cabo, por muy perdida que estés, siempre te tendrás a ti. Yo le pregunto que si tiene sesenta años en vez de diecisiete – tiene diecisiete años y 254 días- porque esas cosas que dice son demasiado profundas.

Y también le pregunto que cómo va con eso de escribir su frase en la pared, si ya es feliz o no. Me dice que ella ya es feliz, aunque a veces se le olvida. Yo le respondo que yo también soy feliz, que a veces se me olvida, pero que tengo gente que me lo recuerda todos los días. Aunque viva en otra ciudad y ellos estén un poco lejos. Bego me dice que eso es muy bonito y que ojalá me dure para toda la vida, que cree que yo no necesito una frase en mi pared, que solo tengo que escucharme a mí misma y que con eso es suficiente.

Me río un poco porque en realidad es imposible que yo me escuche a mí misma. Le digo que tengo un torbellino de ideas en la mente y que ni yo misma sé cómo me siento a veces. Me dice que eso no es verdad, que el problema es que me analizo demasiado. Y yo sigo preguntándome que qué le dieron de comer a esta niña en la escuela.

Hoy soy yo la que necesita llegar cinco minutos tarde a algún sitio. Para pensar. Para dejar de pensar. Y me marcho sin decirle a dónde y pidiéndole que no me falle, que la próxima vez esté también sentada en ese banco. Y le digo que ya queda un día menos para nuestra mayoría de edad. Y le prometo que ya queda un día menos para que pintemos una frase en nuestra pared.

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