¿Mala gente?

La niña rubita es la delicia de la sala de espera del aeropuerto de Biarritz. Sonríe y agita sus diminutas manos. Apenas llega a su primer aniversario. Es francesa. Hay unos niños pequeños que juegan entre ellos. Sus padres son de América Latina, aunque no consigo identificar su acento. Los niños no hablan francés pero se acercan a jugar con la niña. Le agarran la manita, le hacen carantoñas y la niña sonríe encantada. Y todos sonreímos observando la escena.

Apenas una semana después, una manifestación ultraderechista toma una calle de Madrid para pedir la salida de las bandas latinas violentas del barrio de Tetuán. Nadie quiere la violencia en sus calles. Entre la relativa racionalidad de su propuesta se cuela una pancarta que hace daño a los ojos y que reza: “Multiculturalidad, inseguridad”. En defensa de mis ojos doloridos se eleva la bandera de una manifestación contraria: «Tetuán, barrio alegre, intercultural y diverso».

No puedo evitar preguntarme si la multiculturalidad es la causa de la inseguridad en las calles españolas. Y si la mala fama de muchos barrios del territorio nacional es proporcional al número de inmigrantes afincados en él. Pienso en el barrio de la Rochapea de Pamplona, conocido por muchos como la cuna del barriobajerismo, entre otras cosas, por la destreza de sus habitantes de diversa procedencia en el manejo de armas blancas. Soy rochapeana, he jugado con personas de todas las nacionalidades en la plaza y mi habilidad con objetos afilados se reduce al uso del cuchillo para picar cebolla. Soy un hacha. Igual que mis compañeros de juego. He tenido amigos gitanos, árabes, ecuatorianos, rumanos y españoles. Y si vamos en proporción, los españoles salimos perdiendo. Las bandas «más peligrosas» de la Rochapea están formadas en su mayoría por españoles, pero la culpa de la mala fama es de los inmigrantes. Claro que siempre hay quien resta importancia a este dato y a quien no conviene identificar por razones, entiéndanme, de seguridad: «¿La Rochapea? Eso no es nada comparado con la cantidad de moros, latinos y gitanos que hay en la Milagrosa; ahí sí que hay mala gente».

Que se lo pregunten a la niña rubita de manos diminutas del aeropuerto de Biarritz, porque como dice Pedro Simón: «Nada hay más cierto que el mundo visto por los ojos insobornables de un niño».

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