«Ay, Cristóbal, qué duro es ser estudiante». Y Cristóbal se ríe, exclama un «¿Otra vez quejándote?», y luego te anima a seguir adelante. Todos los días, nada más verte atravesar los tornos, te desea un “buenos días», un «buenas tardes», un «¿otra vez por aquí?”. Ahora se le ha unido Elías, el veterano de Arquitectura pero nuevo en FCOM. Cuando se juntan los dos, estás perdida. Sabes que por mucha prisa que tengas, te vas a parar a hablar con ellos. Siempre te sacan una sonrisa, hasta cuando el agobio no te deja disfrutar de lo que haces.
Entras en clase con dolor de espalda. Te duele antes de sentarte. Ya te lo avisaron el primer día: “Los asientos son incómodos porque la verdad es incómoda, vete acostumbrándote”. Y te sientas. Siempre con tiempo suficiente, a eso de menos dos minutos para el comienzo de la clase. Siempre hay quien lleva el reloj atrasado y entra cuando puede. «Los creativos casi siempre llegan tarde», recuerdas. Y empieza la lección.
Han pasado cuatro años y sigo teniendo la misma ilusión de siempre. Cuatro años en los que he aprendido que el que tiene boca se equivoca, pero pobre de ti si lo haces; y que el tiempo es oro, aunque lo perdamos de continuo. En estos cuatro años he descubierto el valor de la tortilla y de los cafés: cuanto más café tomo en la facultad, más echo de menos el de mi madre.
Durante estos cuatro años he aprendido que el Periodismo no es solo narrar lo que la vida dibuja. Periodismo es coger el pincel y pintar lo más oscuro de la realidad de color esperanza; porque yo, proyecto de periodista, tengo las armas necesarias para cambiar el mundo, aunque sea con pequeñas pinceladas.
Y por aprender, he aprendido que las buenas historias están en todas partes, y que para contarlas bien, hay que saber mirar, escuchar y pensar. He aprendido, casi a la fuerza, que en la constancia está la clave del éxito, por muy pequeña que sea la recompensa.
Ahora que me toca dejar mi asiento a otro joven ilusionado con cambiar el mundo, me doy cuenta de que todo lo que he aprendido quizá no sea suficiente, que la vida pasa ahí fuera día tras día y que todavía me queda por aprender lo más duro, pero también lo más bonito. Y me da miedo, mucho miedo. ¿Pero qué sería de esta profesión sin el miedo a no saber qué vas a encontrar? Como dice un autor anónimo desde la esquina derecha de mi ventana: “Un día me tendré que ir, así que disfrutemos del viaje”. Disfrutemos compañeros, lo mejor está por llegar.