He vuelto a coger mi taza azul de asa grande. Ya no tomo café, ahora voy a manzanillas. Me duele continuamente la tripa y la cabeza. No sé qué es. Gripe no. Quizá es cansancio. Quizá me duele por culpa de ese estado de nerviosismo en el que me encuentro desde hace unos días. No duermo, no estudio, estoy siempre cansada.

Es raro porque no me pasa nada en especial. Solo me he cansado. Igual es por el ritmo de vida que llevo. Puede que también influya que estoy triste. Noto a la gente triste. ¿Qué nos está pasando? Igual es que está llegando el invierno.

Sigo dando vueltas a la bolsita de manzanilla de mi taza azul de asa grande. Es lo único que me calma (qué dramático parece todo). Y sigo pensando. Qué triste todo. Qué triste que, teniéndolo todo, no lo disfrutemos. Qué triste que no veamos más allá de nosotros mismos.

No voy a decir nada sobre la vida porque no sabría que decir: no tengo ni experiencia ni marihuana para colocarme y divagar.

Pero ya está bien, ¿no? Nos falta alegría. Coño, sí, alegría.

Es falso aquello de que quien quiere puede. Falso en el sentido de que no se cumple el 100% de las veces. Pero sí que es cierto que la actitud allana el camino. Hay que querer: querer hacer las cosas bien, querer disfrutar con ellas. Pero no vale con querer: ¿dónde quedaron las sonrisas?

Que sí, que soy una pesada. Pero qué diferentes son las cosas cuando la persona que tienes al lado sonríe. Cuando te canta, cuando te anima, cuando te muestra, con una sonrisa, que no importa lo malo que haya sido el día: todavía hay tiempo para arreglarlo. Hasta mañana queda toda una noche.

Qué caro es sonreír. Qué cara es la alegría.

Me he terminado la manzanilla. La taza azul de asa grande ya está lavada y en el armario. Hasta otra.